El Rey, la lavandera y los 200.000 prisioneros


La historia secreta de Alfonso XIII

 

¿Sabías que una simple carta enviada desde Francia cambió el destino de miles de personas durante la Primera Guerra Mundial? Hoy, en el blog de nuestra escuela, viajamos al Madrid de 1914 para descubrir una historia de humanidad que une a nuestros dos países.

Cuando pensamos en la Primera Guerra Mundial (1914-1918), solemos pensar en trincheras, batallas y generales. Pero en medio de ese caos, hubo un héroe inesperado que no disparó ni una sola bala: el Rey de España, Alfonso XIII.

Como sabéis, España se mantuvo neutral durante el conflicto. Mientras Europa estaba dividida, Madrid se convirtió en la única esperanza para miles de familias francesas, alemanas y belgas. Pero, ¿cómo empezó todo?

 

Todo empezó con una lavandera francesa

 

La historia cuenta que, a finales de 1914, llegó al Palacio Real de Madrid una carta muy diferente a las demás. No la escribía un presidente ni un embajador, sino una humilde lavandera de la zona de Burdeos.

Su marido había desaparecido en la batalla de Charleroi y el gobierno francés no le daba respuestas. Desesperada, decidió escribir al único rey neutral de Europa: «Su Majestad, por favor, encuentre a mi marido».

La historia secreta de Alfonso XIII

Una simple carta cambió la historia: la petición de una mujer francesa inició la mayor red humanitaria de la época.

Alfonso XIII, conmovido, no tiró la carta a la basura. Usó sus contactos diplomáticos en Alemania y, milagrosamente, encontró al soldado vivo en un campo de prisioneros. Cuando el periódico La Petite Gironde publicó la noticia, ocurrió algo increíble: miles de franceses empezaron a escribir al Rey pidiendo ayuda para encontrar a sus seres queridos.

 

Alfonso XIII carta pidiendo ayuda

Exposición ‘Cartas al Rey’. Noticia en ‘La Petite Gironde’ con agradecimiento al monarca. PATRIMONIO NACIONAL

 

La Oficina Pro Cautivos

 

Lo que empezó como un favor personal se convirtió en una gigantesca organización humanitaria. El Rey creó la Oficina de Información de Prisioneros (conocida popularmente como Oficina Pro Cautivos o La Oficina de la Guerra Europea). A diferencia de la Cruz Roja, que gestionaba grandes volúmenes de prisioneros de forma colectiva, la oficina de Alfonso XIII se especializó en la gestión «caso por caso», utilizando la diplomacia real para localizar a desaparecidos, gestionar repatriaciones y conmutar penas de muerte.

Ante la avalancha, Alfonso XIII decidió formalizar la operación. El 24 de octubre de 1914 se considera la fecha oficial de apertura de la oficina. Inicialmente se instaló en un pequeño despacho de la Secretaría Particular. Pronto se desbordó y ocupó tres grandes salones en el ala de la Plaza de Oriente y, finalmente, dependencias del servicio en los pisos altos y desvanes del Palacio Real.

Imaginad la escena: los elegantes salones de palacio llenos de montañas de cartas (¡llegaron a recibir miles al día!). El Rey contrató a más de 40 personas, incluyendo muchas mujeres voluntarias que hablaban idiomas, para clasificar las fichas de los desaparecidos por colores:

– Rojo: para los heridos.

– Blanco: para los fallecidos.

– Azul: para los desaparecidos.

 

La desconocida faceta humanitaria de Alfonso XIII

El Palacio Real de Madrid se transformó en una oficina burocrática para gestionar más de 200.000 expedientes.

Lo más sorprendente es que el Estado español no pagó nada. El Rey financió todo de su propio bolsillo, gastando una fortuna en sellos, papel y telégrafos.

Viviendo en Estrasburgo, una ciudad que conoce bien las cicatrices de la historia europea, esta labor cobra un sentido especial. La oficina de Alfonso XIII no distinguía entre bandos. Ayudaron a soldados franceses y alemanes por igual. Gracias a esta oficina:

1. Se salvaron 70.000 civiles de zonas ocupadas.

2. Se gestionó la repatriación de 21.000 prisioneros enfermos.

3. Se evitaron decenas de condenas a muerte.

 

Estructura y personas clave

 

Si el Rey era el corazón, Emilio María de Torres y González-Arnao fue el cerebro. Como secretario particular del Rey, Torres asumió la dirección operativa de la oficina. Diseñó el sistema de fichas de colores, como el que hemos mencionado un poco antes, para clasificar a los desaparecidos por nacionalidad, batallón y campo de internamiento. Trabajaba jornadas extenuantes clasificando las peticiones y redactando las cartas diplomáticas. Por esta labor titánica, el Rey le concedió posteriormente el título de I Marqués de Torres de Mendoza.

Además, Luis de Silva y Carvajal, diplomático y aristócrata, fue su mano derecha. Se encargaba de coordinar la red internacional, sirviendo de enlace entre Madrid y las embajadas en Berlín, Viena, París y Londres.

La oficina comenzó con 7 personas, pero en 1915 ya contaba con más de 40 empleados.

– Se contrataron 5 mujeres y 16 hombres adicionales en julio de 1915 para mecanografiar y archivar, rompiendo con la tradición masculina de la secretaría real.

– Muchas damas de la alta sociedad madrileña (conocidas en otros contextos como «Margaritas» o voluntarias de la Cruz Roja, aunque aquí actuaban bajo mandato real) ayudaron a traducir las miles de cartas que llegaban en francés, alemán, inglés e italiano.

No obstante, la oficina no habría funcionado sin los «ojos» del Rey en el terreno:

Alfonso Merry del Val (Londres): Gestionaba las peticiones británicas.

Luis Polo de Bernabé (Berlín): Fue crucial. Al ser el embajador de un país neutral respetado por el Káiser Guillermo II, tenía acceso privilegiado a los listados de prisioneros alemanes, algo que la Cruz Roja a veces no lograba.

 

Personal de la Oficina Pro Cautivos en el Palacio Real. 1917.

Personal de la Oficina en el Palacio Real. 1917.

 

Pero lo que hace única a esta historia no son solo las cifras (más de 200.000 expedientes gestionados), sino los nombres propios. La oficina no distinguía entre un soldado raso y una celebridad; para el Rey y su secretario, Emilio María de Torres, todos eran vidas que merecían ser salvadas.

¿Os suena Maurice Chevalier? Antes de convertirse en la estrella de Hollywood que cantaba en «Gigi», Chevalier fue un soldado francés herido y capturado por los alemanes en 1914. Fue internado en el campo de prisioneros de Altengrabow, donde aprendió inglés de otros cautivos. Gracias a la intervención directa de Alfonso XIII ante el Káiser Guillermo II, Chevalier fue liberado en 1916, permitiéndole retomar una carrera que lo haría inmortal.

Además, entre estas celebridades podemos destacar otros dos nombres:

Vaslav Nijinsky: El «Dios de la Danza», la gran estrella de los Ballets Rusos, fue detenido en Hungría al comienzo de la guerra por ser ciudadano ruso (enemigo del Imperio Austrohúngaro). Fue puesto bajo arresto domiciliario en Budapest, viviendo en una angustiosa incertidumbre. Tras complejas negociaciones diplomáticas orquestadas desde Madrid, el Rey logró su liberación, permitiendo que Nijinsky viajara a Nueva York y posteriormente a España, donde la compañía encontró refugio.

Arturo Rubinstein: Aunque no era prisionero, el virtuoso pianista polaco se encontró atrapado por el conflicto. Gracias a un pasaporte español facilitado por orden del Rey, pudo viajar libremente y desarrollar su carrera internacional, manteniendo siempre una profunda gratitud hacia España.

Sin embargo, la oficina también vivió momentos de profunda tristeza. El caso que más atormentó al Rey fue el de Edith Cavell, la célebre enfermera británica condenada a muerte por los alemanes en Bélgica por ayudar a escapar a soldados aliados. Alfonso XIII envió telegramas urgentes y movilizó a toda la diplomacia neutral para pedir clemencia, pero sus súplicas llegaron demasiado tarde. Su ejecución marcó profundamente al monarca.

 

El legado: «El Archivo de las Lágrimas»

 

En la actualidad, la labor de la Oficina Pro Cautivos es un capítulo a menudo olvidado, pero vital. Fue la demostración de que, incluso en los tiempos más oscuros, la diplomacia y la humanidad pueden salvar vidas, ya fueran humildes lavanderas o estrellas del ballet ruso.

Hoy en día, el Palacio Real conserva miles de esas fichas y cartas en el Archivo General de Palacio, un testimonio documental único (a menudo llamado «El Archivo de las Lágrimas») que registra el sufrimiento humano de la Gran Guerra.

Alfonso XIII fue nominado al Premio Nobel de la Paz, y aunque no lo ganó, en Francia y Bélgica fue recordado durante años como «El Real Caballero de la Caridad».

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